El hortelano y sus tres perros.
Antes de 1858, este fragmento del Raval era todavía una horta, un conjunto de parcelas regadas por canales estrechos y delimitadas por tapias bajas. En una de ellas vivía un hortelano del que no ha quedado nombre, pero sí el recuerdo de sus tres perros, protagonistas involuntarios de la toponimia.
La tradición popular sostiene que el primero era Lleó, un perro grande y sereno, respetado por quienes cruzaban aquel camino de tierra. El segundo, Tigre, era más ágil y oscuro, siempre alerta y rápido en los movimientos. La tercera era Paloma, una perra blanca, tranquila y muy unida al hortelano, que lo seguía a corta distancia mientras trabajaba.
Cuando el Raval se urbanizó de golpe a mediados del siglo XIX y los huertos desaparecieron, esas tres calles nuevas quedaron sin una memoria clara. Y fue entonces cuando el vecindario, que aún recordaba a los animales, empezó a referirse a cada tramo por sus nombres: Lleó, Tigre y Paloma.
Con el tiempo, la costumbre se hizo oficial.
Hoy no queda rastro del huerto ni de aquel hombre anónimo, pero los nombres sobreviven. En ellos se conserva la huella mínima de un paisaje que desapareció sin documentos, salvo este: el eco de tres perros que, sin saberlo, dieron nombre a un rincón entero del Raval.
¿Conoces este lugar?
Te leo!


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