El suplicio del cautivo Alí (Barcelona, 1357)
En los registros austeros de la vieja Barcelona (aquellos libros donde solo se anotaban gastos, herramientas y órdenes secas) a veces asoman destellos de una violencia que también es justo recordar.
El caso del cautivo Alí, ajusticiado el 10 de octubre de 1357, es uno de esos fragmentos que sobreviven por azar: no se cuenta porque alguien quisiera narrarlo, sino porque alguien tuvo que pagar por ello.
Lo único que el documento declara con certeza es su condición de “cautiu”, un término que en la Catalunya medieval alude a un hombre reducido a servidumbre, casi siempre de origen musulmán. No se sabe su delito, ni su edad, ni su vida anterior. Todo lo que la historia ha guardado de él es su final, fechado con frialdad en un apunte contable.
Aquella mañana —o quizá aquella tarde— se dispuso un poste y varias cuerdas para arrastrarlo. El arrastre era un ritual de exposición pública: un cuerpo traído por las calles, golpeando el suelo, anunciando a la ciudad la gravedad del castigo. La fuente no menciona el recorrido, pero en esos años solía hacerse por las vías más transitadas, allí donde el ejemplo dolía más que el crimen.
Después vino la atenazación. Se pagaron tenazas para pinzar la carne al rojo vivo, un tormento reservado a delitos que las autoridades consideraban especialmente graves. El documento no describe el gesto, pero el lenguaje administrativo —tan seco— deja entrever la crudeza del acto.
El suplicio continuó con la mutilación. El gasto de un hacha y un mazo se anota para “tallar los puños”, expresión inequívoca que indica el corte de las manos a la altura de la muñeca. La mutilación previa a la pena capital también cumplía una función ejemplarizante: marcaba al reo como alguien cuyas manos habían obrado una transgresión intolerable.
Finalmente, se pagó una escalera para la horca. El cautivo Alí fue ahorcado, y con ello se cerró un castigo que el documento describe por piezas, como si fueran los restos dispersos de una narración más amplia que no ha llegado. El lugar exacto no se menciona, aunque en 1357 lo habitual era acudir a las horcas permanentes que dominaban los accesos de la ciudad.
No se sabe nada más. Ni la reacción del pueblo, ni la presencia de oficiales, ni si el cuerpo quedó expuesto. Solo esta secuencia de actos: arrastrado, atenaceado, mutilado, ahorcado. Un castigo extremo que, por lo detallado del material empleado, debió de impresionar profundamente a las y los barceloneses que lo presenciaron.
En ocasiones, la historia no da personajes, sino apenas sombras. El cautivo Alí es una de ellas. Pero incluso una sombra, cuando está documentada con tanta precisión material, dice más sobre la Barcelona del siglo XIV que muchas crónicas completas.
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📍 Sobre el lugar probable de la ejecución
Aunque el apunte de 1357 guarda silencio sobre el escenario final, se sabe que en aquellos años la mayoría de ahorcamientos de la justicia real se realizaban en las forcas de Montjuïc, visibles desde el llano y concebidas como advertencia permanente para las y los barceloneses. Nada indica que en el caso del cautivo Alí se hiciera una excepción. Por la naturaleza pública y ejemplarizante del castigo —arrastre, atenazación, mutilación y horca—, Montjuïc aparece como el lugar más probable, en su ladera noreste, justo sobre el actual Poble-sec.
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📜 Documento original (apunte contable, 10 de octubre de 1357)
(transcripción literal)
«Met en danda los quals dessús a X del mes d’octobre de l’any denunt dit que fiu de muntço en la justicia de l cautiu appelat Alí, lo qual fo rosagat e atenacçat e espeurat e pengat. Primerament axi lo cridador qui féu la crida de la justicia I sou; item costa I post en que·l rosagaran II sous; item costaran cordes ab que·l rosagaran e·l penjaren I sou; item costa lo mul qui·l rosagaran II sous; item costan I home e I asa qui portaran l’escala ab que·l panjaran tro el portxo, II sous; item costa de portar la destral e la masa, I sou»
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Fuente:
Flocel Sabaté, “La pena de muerte en la Cataluña bajomedieval”, Clío & Crimen, nº 4 (2007), pp. 117–276.
Imagen propia, (creada con IA), sobre el posible lugar de ajusticiamiento, teniendo en cuenta el texto y el lugar de las diferentes horcas que habían en aquel año en la ciudad de Barcelona y sus afueras.


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