Un lado oscuro de la Barcelona antigua: Los pudrideros.
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¿Me acompañas a desenterrar una parte de su historia que te pondrá los pelos de punta?
¡Vamos!
Después de la horca, cuando el reo ya era cadáver, su cuerpo tenía un destino singular: el pudridero. Imagínate un recinto al aire libre, fuera de las murallas, donde colgaban los cuerpos de los ejecutados en unas "barras de madera".
Sí, así de crudo.
En la Barcelona de antaño, teníamos dos de estos lugares. Uno estaba al lado del Camino Real que iba a Madrid, cerca de la Creu Coberta (donde, curiosamente, antes había una horca). El otro se encontraba junto al Camino Real de Francia, en el Coll de la Trinitat, bajo Collserola y antes de Montcada. Como decía un antiguo transeúnte, era "ahont queda molt prop la tanca ahont se hi duen als sentenciats" (donde queda muy cerca la valla a la que se llevan a los sentenciados).
¿Te imaginas?
Un ermitaño vivía allí, rezando por los ahorcados y vigilando para que nadie les robara la ropa.
Pero la cosa no se quedaba solo en colgar el cuerpo entero. A veces, por crímenes especialmente atroces, el reo era condenado a ser descuartizado después de muerto: "descuartizados sus miembros y cortada su mano derecha". O sea, que los hacían pedacitos, y este material de carne, huesos, sangre y olor también acababa en el pudridero. Algunas partes, incluso, se exponían en el lugar del delito.
¿Un ejemplo?
A un reo "se le quitará después la cabeza, el brazo y la mano, enviándose no sé si la cabeza a las costas de Garraf".
No era raro ver cabezas de ladrones en jaulas, colgando de los árboles por toda Cataluña.
Impactante, ¿verdad?
Escarmientos públicos y procesiones macabras
Tenemos algunas pinceladas de la época que lo confirman. El 18 de abril de 1771, se "ha hecho de nuevo un pudridero, con sus barras, para poner los cadáveres de los sentenciados, para escarmiento de los que obran mal" entre la Creu Coberta y Sants. Y el 28 de mayo de 1789, después de la ejecución de cinco personas, sus cuerpos fueron "repartidos entre el pudridero y el Coll de la Trinitat".
Pero no todo era abandono. Al cabo de unos meses, la cofradía de la Sangre de la parroquia del Pi (foto) organizaba una comitiva piadosa. Su misión: ir al pudridero a recoger los restos podridos que quedaban y llevarlos al cementerio para darles sepultura.
El 26 de marzo de 1776, la "reverente comunidad del Pi" salió a las cinco de la tarde, con cruz alta, con ocho cajas o féretros para enterrar a los sentenciados. El texto describe la escena: las calles y la iglesia del Pi estaban repletas de gente "de todas clases, edades y condiciones", para ver entrar a los féretros mientras las campanas de la parroquia doblaban "como sepultura general".
Los que llevaban los féretros iban con capas y dalmáticas de terciopelo negro, con galones de oro, y delante, otros recogían limosnas "por el bien de estos pobrecitos".
Un contraste entre lo macabro y la piedad, ¿no crees?
Otro ejemplo del 14 de julio de 1789: "En la noche, sacados los muertos de esta última sentencia de los puestos del pudridero y del Coll de la Trinitat, bajo Montcada, se llevaron con la mayor quietud en carros al camposanto, cerca de la casa de la Cuarentena". Es decir, ¡los restos habían estado al aire libre durante dos meses!
Un "bonito espectáculo", como ironiza el cronista.
Y una última pincelada del 27 de marzo de 1798: "A dos cuartos de 5 de esta tarde ha comenzado a salir la procesión de la parroquial iglesia del Pi para ir a buscar los cadáveres de los pobres sentenciados, sacados del coll de la Trinitat, o no sé si también de la calle cerca de Sants. La concurrencia de gente ha sido mucha [...] como ya no es de admirar en un pueblo tan grande como hoy día es Barcelona". Al parecer, la gente se agolpaba para presenciar estos eventos.
El fin de una era (por la visita del rey)
Increíblemente, fue la visita del rey Carlos IV a Barcelona lo que puso fin a esta práctica. El 18 de agosto de 1802, se ordenó desmantelar los pudrideros. La cofradía del Pi fue a buscar los cadáveres, ya que una "providencia gubernativa" dictaminaba que no debían dejarse "a la vista de los que pasen cerca del coll de la Trinitat, bajo Montcada, y calle cerca del pueblo de Sants". Se quitaron las barras y se les dio sepultura. Y todo esto, "especialmente, que todos esos tristes espectáculos tienen de quedar fuera por la venida a Barcelona de Sus Reales Majestades".
La realeza no quería un recibimiento tan visible. Así fue como se acabó, en Barcelona, con los infames pudrideros.
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