Lo que cuentan estas calles


La calle del Pou Dolç, un callejón sin salida que se adentra en el corazón de Barcelona, guarda secretos tan antiguos como las piedras que la pavimentan. Su nombre, que en catalán significa "calle del pozo dulce", evoca tiempos en los que el agua cristalina brotaba de las entrañas de la tierra, ofreciendo un oasis de frescura en medio del calor estival.

Al final de esta estrecha vía, junto a un muro que parece guardar celosamente algún enigma, se encuentra una piedra redonda y lisa. Los más viejos del lugar aseguran que marca el punto exacto donde se alzaba el pozo, una fuente de vida que desapareció hace ya muchas décadas, cuando nuestros abuelos aún eran niños.

Pero la calle del Pou Dolç no solo está ligada al recuerdo de un pozo. Sus adoquines han sido testigos mudos de acontecimientos mucho más oscuros. En los tiempos en que la justicia era más severa, el verdugo solía instalar su macabro taller justo a la entrada de esta calle. Allí, sobre un tosco pilón de madera, se llevaban a cabo las amputaciones más crueles.
A los delincuentes condenados a perder ambas manos, se les infligía un doble castigo:

 La primera mano era cercenada en la placita de Sant Miquel, un espacio que hoy en día es  apacible y ajeno a semejante barbarie. Sin embargo, basta cerrar los ojos para imaginar la escena: el condenado, pálido y tembloroso, tendido sobre un banco de piedra mientras el verdugo, con un hacha reluciente, ejecutaba su macabra tarea.

Pero aquí no acababa el horror para el convicto; tras el breve descanso que se concedía al reo para que pudiera asimilar el primer golpe, se le arrastraba hasta la calle del Pou Dolç. Allí, bajo la sombra de los edificios y al abrigo de las miradas indiscretas, se consumaba la mutilación final separándole de otro certero hachazo, la segunda mano.

Se dice que los gritos de dolor de aquellos desafortunados resonaban por toda la calle, ahogados por el eco de las antiguas casas. Y que las manchas de sangre que salpicaban los adoquines tardaron años en desaparecer por completo, y francamente, no me extrañaría teniendo en cuenta el sufrimiento afligido. 

Hoy en día, la calle del Pou Dolç ha perdido su siniestro pasado. Es un lugar tranquilo y silencioso, guardado con una preciosa valla.
Sin embargo, aquellos que conocen su historia no pueden evitar sentir un escalofrío al caminar por sus empedradas calles.

 ¿Será que los espíritus de aquellos que sufrieron tan cruel castigo aún vagan por este lugar haciendo que sus gritos aún puedan escucharse?


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